Tras unas 12 horas de autobús llegamos
a Amritsar, población situada en el estado indio de Punjab y muy
cercana a Pakistán.
El lugar es mágico. Una pasarela
conduce hasta el templo, de dos pisos, que se sitúa en el centro del
estanque. En su interior, cuatro monjes emiten los cánticos que
llegan a los peregrinos a través de los altavoces. De forma
rectangular, es posible rodearlo al son de estos cánticos siguiendo
la marea de gente que allí se encuentra.
Los hindúes, no se si celosos, realizaron una replica del mismo. Es conocido como el Templo de plata, por las puertas de acceso al templo. Por lo demás, la composición es la misma, pero en versión bastante más “cutre”. Lo bueno, es que casi no hay gente, por lo que se puede rodear prácticamente en solitario y en silencio. Se agradece no tener que andar pendiente de esquivar a la gente.
Para poner punto y final a la ciudad,
nos acercamos hasta la frontera de Attari, donde todos los días al
atardecer, al cierre de la frontera indo-pakistaní, se realiza con
un espectáculo multitudinario.
El mayor templo de culto siji se
encuentra aquí, el Templo dorado.
Al igual que los musulmanes deben
peregrinar a la meca al menos una vez en su vida, los sijis deben
peregrinar de la misma forma a, como ellos lo conocen, Harmandir
Sahib.
Es
por esto que todos los días y a todas horas está abarrotado de
gente, ya sea haciendo cola para acceder al templo, sentados
resguardándose del calor, o bañándose en sus aguas.
Realmente
es uno de los templos más bonitos que he visto hasta el momento. El
dorado del templo situado en el centro contrasta con los blancos
edificios que lo rodean, de la misma forma que los turbantes
coloridos de los peregrinos contrastan con los edificios blancos. Es
fácil quedarse prendado de este lugar.
Los hindúes, no se si celosos, realizaron una replica del mismo. Es conocido como el Templo de plata, por las puertas de acceso al templo. Por lo demás, la composición es la misma, pero en versión bastante más “cutre”. Lo bueno, es que casi no hay gente, por lo que se puede rodear prácticamente en solitario y en silencio. Se agradece no tener que andar pendiente de esquivar a la gente.
Ceremonia en la frontera |
Tanto a un lado como al otro de la
frontera, tanto civiles como soldados muestran su orgullo patriótico.
En el lado hindú, que es el que nosotros más podíamos ver, niños
y niñas, y los no tan niños corren hasta la frontera pakistaní
portando la bandera hindú, bailan al son de la música y vociferan
lo que supongo son palabras como “viva india”, porque entender no
entiendo ni una palabra.
Soldados con cara de muy cabreados
pegan patadas al aire, hasta casi pegarse con ellas en la frente,
antes de acercarse con cara de mas cabreo todavía hasta el borde
fronterizo. Así, se repite esta acción en varias ocasiones, tanto a
un lado como a otro, para finalmente bajar ambas banderas al unisono,
ni una antes ni una después.
Pensaba, antes de ir, que no íbamos a
estar más que “cuatro guiris” viéndolo, pero es increíble la
cantidad de gente que se reúne en ambas partes. También hay varias
medidas de seguridad para entrar. No se puede entrar con bolsos y hay
dos controles, separados hombres de mujeres.
El lugar es menos hindú de lo que
hemos visto hasta el momento, hay mucha gente que parece pakistaní y
aquí las vacas no se dejan ver por la calle.
Nos dirigimos a otro punto “no tan
hindú”, Dharamsala, a alejarnos unos días del calor de estas
fechas.
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